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Un día más

Actualizado: 27 abr



Audio:Un día más

—¿Todavía estás enojado conmigo? —le soltó Milena con rotunda convicción, buscando su mirada.

Por el ventanal de la cocina, en aquella casa de estilo inglés de la calle Pantaleón Rivarola, los primeros rayos de un sol invernal iluminaban la Agronomía, en Buenos Aires.


En la mesa contra la pared, Milena desplegaba su magia: las tazas de café, el mate, las tostadas, el cuchillo para la manteca y el otro, el de untar las mermeladas.


Todo en su estilo incomparable, el mismo con el que había moldeado no solo la casa, sino la vida de todos.

Pantaleon Rivarola, Ciudad de Buenos Aires
Pantaleon Rivarola, Agronomía, Ciudad de Buenos Aires

Dante venía de una mala noche. Hacía tiempo que dormía inquieto, atrapado en un sueño frágil y entrecortado. Le costaba conciliar el sueño, se hundía en una somnolencia ligera, apenas un descanso, hasta que la madrugada finalmente lo rendía.

El ruido en la cocina lo despertó.


El aroma a tostadas y el tenue movimiento lo guiaron hasta allí. Se sentó en su lugar de siempre y se quedó observando el ritual de Milena: sus gestos precisos, la bata de seda rosa, el pelo suelto.

Nada espectacular, a cara lavada.

Pero esa mañana había algo en ella, algo distinto.

Estaba particularmente radiante.


Por momentos la miraba y sentía que su presencia lo llenaba todo, como si de pronto se volviera evidente, claro y rotundo, que por más que uno lo tuviera todo, nada, absolutamente nada, tenía sentido sin ella.

Y, al mismo tiempo, aunque no tuviera nada, estar allí con ella lo era todo.


Milena y Dante desayunando
Milena y Dante - Desayuno en la cocina

Milena sirvió café para ambos, se sentó y tomó un primer sorbo, saboreándolo.

—Ah… qué rico café —dijo, disfrutándolo—. Con este frío… —Hizo una pausa y enseguida añadió—: ¿No vas a decir nada?

—¿Qué querés que te diga? —respondió Dante, evitando mirarla—. Vos sabés por qué.


Milena suspiró. —No sé qué hacer. Te dije mil veces que no tuve opción —dijo, buscándole la mirada.


Dante tomó un sorbo de café con cierto fastidio.

Esta vez sí la miró a los ojos. Había desconsuelo en su voz cuando dijo:

—Lo entiendo. Pero no se me va.

El enojo se queda conmigo, come conmigo, respira conmigo... y se acuesta conmigo. Creeme, no sé qué hacer.


Milena entrelazó los dedos sobre la mesa.


Dante se sinceró en voz baja:

—Me hubiese gustado que todo fuera distinto.

Me empujaron a dejar ese trabajo, y yo solo quería que vos y Manuela estuvieran bien.

No podíamos volver atrás.

No vi otra salida y tomé el contrato para irme a trabajar afuera del país.


—Nunca te dije que, durante esos primeros tres meses, dormía con tu pijama —confesó Milena con un nudo en la garganta—. Fue la primera vez que sentí ese vacío.


cuarto matrimonial y pijama de Dante
Habitación matrimonial y el pijama de Dante

Dante apretó la mandíbula.

—Lo sabía. Me lo contó Manuela en un mail. Ya tenía catorce en esa época. Se daba cuenta de esas cosas y sentía que tenía que hacerlo. Se me partió el alma allá, a lo lejos.


Milena bajó la mirada y comentó en apenas un hilo de voz.

—El tema es que después fue California, Texas, México...


—Lo sé. No me lo recuerdes —dijo Dante, resignado—. No lo supe ver.

De a poco vos te convertiste en la directora de la casa y yo en el pagador de cuentas.


—Eso fue devastador —dijo Milena con los ojos humedecidos—.

No nos dimos cuenta de que, de a poco, nos fuimos convirtiendo en otra cosa.

Vos con tus dolores y yo con los míos.

Los chicos, las cuentas, tu trabajo y todo eso con lo que se nos llenaba la vida.

Y cuando terminaba el día, no estabas al otro lado de la cama.

No me quejo, pero sabés... creo que nos pusimos en modo supervivencia y se nos fue yendo el espacio donde podíamos mirarnos.


—Ahora, con el diario del lunes, todo se entiende más fácil.

Podemos decir que lo pudimos hacer mejor… sí, pudo haber sido peor, también… y por último, cuenta que, de todos modos, hemos llegado hasta acá —replicó Dante.


—¿Y entonces por qué seguís enojado? Me parece que tiene que ver con eso...

¿qué hubieras hecho distinto? —preguntó Milena, con la intención de llegar al fondo.


—Sí. Algo de eso hay. Creo que... me duele decirlo así —dijo Dante, en tono de confesión.


—¿Qué? —lo empujó Milena.


—Creo que no debí haber considerado nunca hacer algo que nos separe, que se ponga por encima de nuestra conexión.

Sabés, eso implica que, aunque debamos aceptar que la vida práctica nos plantee incomodidades, y que hubiéramos perdido o ganado, siento que todos esos finales del día juntos hoy tendrían otro sabor.


Milena miraba su café mientras lo escuchaba, y de a poco se le fue iluminando la cara en una tenue sonrisa, que se fue agrandando mientras alzaba su mirada con ojos grandes hacia Dante.


—Era el miedo.

Siempre lo fue.

En nuestra relación, como en cualquiera, el miedo se hace presente sin dudar.

Pero yo ya vivía sola con Manuela, y encontrarnos así nos hizo saltar a mirarlo todo desde cómo lo íbamos a sostener.

No tuvimos una previa de nosotros dos.


—Solo sé que lo quisimos.

Ninguno lo podía saber.

Nos salió así.

Siempre nos tocó duro, complicado.

Lo más difícil fue vivirlo desde lejos.


Quizás no tuvimos la osadía de darnos algunas treguas para salir del vivir apretando los dientes. Porque las dificultades siempre iban a estar ahí, de todos modos.


—Cierto, pero sé que no es todo —asintió Dante con cierta amargura.


—¿Y qué otra cosa hay?

Me parece que hoy no me voy a terminar de enterar —dijo Milena, resignada.


—Cómo decirte... Es como un dolor que no se va.

Porque cuando encontrás a esa persona que te enlaza con el mundo, algo en vos cambia.

Te volvés otro. Más entero. Más luz. Alguien mejor.

Podía ir a cualquier parte del mundo y aguantarme cualquier cosa.

Porque ahí, detrás de todo, estabas vos, Manuela, y después el pequeño Imanol.

Era como ser invencible.


—¿Te acordás cuando nació Imanol?

Tu placenta previa te llevó a la cesárea, y luego, por el acretismo, no pudieron retirarla y te rasgaron el útero.

Te estabas desangrando, el banco de sangre no tenía tu bendito tipo y factor.

No podía ser otro: A negativo. Siempre todo tan fácil...


De la nada salimos por todo Córdoba con Gustavo, por las clínicas, y conseguimos, pagando, tres unidades... y al gordo Javier.


—¡Jaja! —rió Milena—. Me acuerdo de que cuando me transfundieron la sangre de Javier, te pedí desesperada unos sándwiches de miga... ¡estaba muerta de hambre!


—Y Javier que me dijo: “Preparáte, porque ahora te va a pedir cigarrillos, whisky y fernet...”

Vivir esa sensación de tenernos en la mirada y poderlo todo.


—Más tarde, con el tiempo, sentí un temor desesperado.

Se me hizo duro sentir que, si esa persona te es arrancada...

¿en qué sombra te convertís entonces?

Todo se oscurece.

La conexión con el mundo y su sentido se diluyen.

Se te desdibuja el horizonte, perdés el norte... y te convertís en alguien que la busca en todas partes.

—Quedás a la deriva rastreando en las estrellas algunas chispas de ella, que siguen encendidas en los gestos de quienes fueron tocados por su amor.


Como cuando de pronto, te hacés presente en la sonrisa de Manuela, en las negaciones de Imanol, y hasta en la manera en que pongo la mesa y hago la ensalada caprese.


—Eso es.

Creo que ya sé lo que me enoja...

Es eso...

Esa certeza tardía que me golpea en el pecho y me dice a cada instante que tendríamos que haber estado más tiempo juntos.

No puedo dejar de buscarte...y tratar de recuperar todo eso.

Y es que no te encuentro… y eso me revienta el alma.

Tenía que decírtelo.

Me hacía falta.

Y aunque no me crean, solo me queda esto de desordenar tus átomos para hacerte aparecer.

—sostuvo Dante, hasta quedar sin palabras.


—Entiendo —dijo Milena, bajando la voz, como si el aire de la cocina pudiera quebrarse—.Lo que te puedo decir es lo que te digo siempre, hasta que lo entiendas:

No tuve opción. No lo pude evitar.


Tu sabes que no tengo las respuestas para todo.

Solo puedo acompañarte.

Antes de conocerte, cuando estábamos allí solas con Manuela, ya no esperaba nada más.

Creía que el mundo se terminaba en ella y en mí.


Sin embargo, te encontré.

Y con todo lo que hemos vivido, siento que no pudo haber sido mejor.


Será para vos el momento de dejar de buscar y esperar.

¿Será entonces el de simplemente encontrar?

Y dejar cruzar el amor por el puente.

Ese que nos sostiene, incluso sobre el abismo.

 

Mientras te haga falta
Mientras te haga falta.

En ese momento, se cruzaron las miradas en una pausa interminable.

Milena, sin saber ya qué más explicar.

Dante, desesperadamente, sin saber cómo entender.


De pronto Milena, rompió ese silencio.

—Sabés... ya tengo que irme.


—¿Cuándo volveré a verte? —preguntó Dante, con la voz quebrada por la angustia..

Milena lo miró con una ternura casi luminosa,

—Mientras te haga falta. Todo el tiempo que quieras.


Ella se puso de pie y caminó serenamente hacia el pasillo.

No hizo ruido al alejarse.

Dante se quedó inmóvil, mirando el vapor que se alzaba de su café.

Luego, se animó a girar la cabeza.

La silla frente a él estaba vacía.

No era la primera vez que ella y Dante compartían aquel desayuno, en la cocina de la casa estilo inglés de la calle Pantaleón Rivarola.

Aún después de cinco años desde que Milena había partido de este mundo para siempre.


Puente, Bocanada - Gustavo Cerati - Letra - 2015

Fuentes:

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Natalie
Apr 18
Rated 5 out of 5 stars.

Sublime historia de vida de VERDAD

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